martes, 20 de octubre de 2009

El tránsito nuestro de cada día


Si existiese el infierno en la Tierra, o por lo menos en Paraguay, uno de los círculos más importantes de esta oscura institución, evocando a Dante, sería el “tránsito nuestro de cada día”. Suena exagerado, ¿no? Pues no lo creo. Veamos solamente tres variables de esta situación: conductores imprudentes, peatones y señales de tránsito.

Dediquémonos a la primera variable: conductores irresponsables, sub-clasificándose en automovilistas, conductores de ómnibus y motociclistas, y me referiré a los que atenten contra la seguridad del tránsito, no a la totalidad de ellos.

Automovilistas. Si bien son los que más se quejan de las embestidas de los ómnibus y de las maniobras de las motos, no se quedan atrás con la prepotencia con que la pretenden hacerse dueños del espacio público, y cito algunos ejemplos: estacionan en doble fila sin siquiera darse por aludidos cuando uno intenta no llevar por delante sus retrovisores para abrirse paso; estacionan sin dejar un espacio prudencial en las esquinas dejando al conductor de la vía perpendicular a una suerte de videncia para cruzar; se adelantan en las bocacalles; retoman en las avenidas; salen de improviso en las arterias de mucha circulación; entran de contramano, y por si fuera poco, son los que más se enojan si uno osa reclamárselo.

Choferes de ómnibus. Mis amigos, (y mis no tan amigos, claro), creo que está demás mencionar cómo estos conductores, que tienen tras su volante la vida de terceros, hacen gala de ser lo contrario a ejemplares sobre las rutas. Sujetos a un horario para completar el “redondo”, se vuelven implacables a la hora de abalanzarse sobre cualquier vehículo que estorbe su paso, haciendo caso omiso de la distancia prudencial. Paran en sitios no correspondientes para bajar o alzar pasajeros, hasta lo hacen en carriles alejados de las aceras, exponiendo a los usuarios de estas líneas públicas a accidentes serios. Yo misma tuve que hacerme papel en una ocasión para no ser atropellada por una moto ni ser llevada por las ruedas del ómnibus en una situación como esa.

Motociclistas. Un enjambre que ha colmado las calles desde hace algunos años cuya cuota de culpa en los accidentes que actualmente ocurren no se discute. Para empezar, son reacios a usar cascos; algunas no tienen las luces reglamentarias, por lo que me parece excelente la nueva disposición sobre del uso de chalecos; realizan maniobras suicidas y asesinas (el hecho de que quieran quitarse la vida no es motivo para que involucren a todos), suponiendo que los demás vehículos podrán reaccionar a tiempo a ellas; utilizan las motos como transporte familiar (¡qué poco amor hacia los suyos!); viajan hasta por las veredas para llegar más rápido. En fin, mejor me detengo porque la lista sería muy extensa.

Pasamos al segundo punto que mencionaba al inicio, peatones. Son quienes más se victimizan ante los conductores pero que, en contrapartida, son causantes de más de un sobresalto cardíaco en los mismos. Al parecer, sufren de algún trauma visual que, por un lado, les impide identificar la línea peatonal y, por otro, les hace incapaces de medir la distancia prudencial con respecto de un vehículo en marcha para cruzar una calle. Pero eso no es todo, a veces simplemente omiten mirar la calle y cruzan en forma oblicua en el mismo sentido en que circulan los vehículos, ¡es inaudito!. Otros, más caraduras, caminan en plena calle en sentido contrario al de los vehículos, y como sintiéndose dueños de la vía pública, no atinan a quitarse de en frente y pasar a la vereda, que les corresponde, esperando que uno como conductor, se desvíe de ellos. ¡Es impresionante!

Concluyo con el último punto: señales de tránsito. La cuestión es sencilla con ellas, brillan por su ausencia y ocasionan más de una confusión, por ejemplo, entradas de contramano vituperadas por escandalosos bocinazos, en el mejor de los casos. Pero un hecho que ha llamado mi atención recientemente son los semáforos que no funcionan y jamás son reparados. Resulta que ahora, la mejor señal de “verde” es la “frenada” de los autos de la calle perpendicular. Verde, amarillo o rojo son sólo colores virtuales, porque jamás se prenden. Y ya he visto, frente a mí, un accidente propiciado por eso.

Creo que esto se ha convertido en una letanía, así que, cerrando el tema, ¿por qué ocurre todo esto? Porque existe un reglamento de tránsito que se utiliza más como papel higiénico que como reglamento. Porque el famoso “examen de conducción” es una ficción en la mayoría de las municipalidades, y el registro es solo un trámite con pagos, firmas y un pseudo-examen de vista y oído. Porque la educación vial es una utopía.

Porque por más de que el paraguayo conozca las reglas, normas, leyes, etc., su clásico comportamiento del “ñembotavy” y el “rova’atâ” pesa más que cualquiera de ellas. Y así, señores y señoras, jamás vamos a pretender ser un país del primer mundo, un país desarrollado.

Pero dentro de todo esto, admiro la incredulidad de mucha gente al decir que “los milagros no existen”. Con todos estos peligros dentro de la jungla de asfalto, donde el más fuerte sobrevive, ¿no es acaso cuestión divina no terminar la jornada en la sala de Emergencias Médicas? Yo creo que sí, es un milagro.

Por: Dalila Aquino

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